Hace ahora ya casi 9 años que decidí cambiar mi manera de alimentarme y de tratar a los animales. Llevaba tiempo que el hecho de comer carne, me chirriaba. No entendía bien porqué, pero recuerdo que comenzaba a ser molesto. Un día en la televisión vi un documental que daban de madrugada. En el mostraban lo listos que son los cerdos, y contaban que son mucho más inteligentes que los perros. Esas imágenes, junto a otras que había visto en el documental MADE IN, hicieron que un día, mirando a mi perro pensara: ¿Por qué a él le amo con locura, y a un cerdo que es más listo me lo como?
No entendía nada, pero desde ese día, decidí hacerme vegetariana. Y yo seguía con mi vida. De golpe, la gente que estaba a mi alrededor, comenzaron a sentirse molestos por mi nueva manera de alimentarme. Yo no les decía nada, no me metía con nadie, pero que me alimentara de manera vegetal, les era molesto. Y las burlas y bromas comenzaron a ser pesadas. Es por eso que decidí informarme, saber más sobre la industria cárnica y poder debatirles.
Cuando descubrí la realidad, me hice vegana y activista por los derechos de los animales. No podré olvidar ese día, el día que decidí dar un paso enfrente y posicionarme. Darles voz y contar la realidad que nadie quiere saber. Fue la mejor decisión de mi vida. Dedicar mi vida a darles un mundo mejor.
Solo quiero dejar un mensaje, claro y algunas veces doloroso: el activismo es duro. No vemos todo el cambio tan rápido como nos gustaría. Pero algo está claro: estamos sembrando para que las generaciones del futuro cosechen. Para salvar la vida de los animales que están por llegar, y para dar voz a los que están sufriendo ahora.
Ser activista te da momentos de emoción, y momentos de decepción. Pero cada día, cada acción que hacemos es por ellos. Por todos los animales, somos parte del cambio. Ese futuro cada vez es más próximo.
En un tiempo no muy lejano, miraremos al pasado y seremos felices de haber formado parte de este movimiento.
¡Nadie dijo que fuera fácil, pero tampoco imposible!