El veganismo para mí hace solamente unos seis años era una “cosa” lejana, extrema y sin sentido. Este es un pensamiento aún común en la tierra en la cual crecí; un pueblo pequeño de Salamanca, la denominada “Tierra de toros”, en donde las fiestas populares, dejan de serlo si no hay corridas, encierros o vaquillas. Añadiendo menos valor a la vida de los animales, en el entorno familiar por parte materna, otro pueblo aun más pequeño, la mitad del pueblo se dedica a la industria chacinera, o bien en el matadero, o en “fábricas de jamones”. Por lo tanto, este hijo de cazador, aun así, creció pensando en que le gustaban los animales, tenía gatos en mi casa, que iban y venían o dejaban de volver, pero no pasaba nada, “cogemos otro gato”, comentaba mí familia. Además, en las afueras de pueblo, mi padre tenía perros, y no pocos, que alimentaba cada dos días con deshechos del carnicero y pan duro. Por lo tanto, me gustan ya que tengo animales.
Ya emancipado y unos años después, volví a mi tierra con la que era mi pareja, claramente antitaurino, porque está mal que sufran los toros (solamente), adoptamos unos galgos, sin entender por qué había tanto galgo en adopción, otro problema de mi tierra. Allí, todo por iniciativa de mi expareja, ayudamos en protectoras de perros y ella empezó si querer en el activismo. Pero siempre supimos que era algo incompleto, o no bien fundamentado. Convivir con una persona con mentalidad abierta, hizo que me plantera muchas cosas, cada vez más, si cruzaba una mirada con mis compañeros de cuatro patas o cualquier otro animal. Ella era ya vegetariana y yo un hipócrita. Proteínas, compatibilidad con el trabajo, los viajes… excusas muchas, mi entorno familiar y laboral nunca facilitó nada, otra excusa más.
Hace unos tres años, ya viviendo en tierras mañas, la visita a un santuario animal, Corazón Verde, los documentales Cowspiracy, Knives over forks, What the health entre otros y leer de nutrición del autor Álvaro Vargas y contrastar información, ayudó mucho a comenzar en este estilo de vida, el activismo y conocer personas como el equipo de Animanaturalis de Zaragoza, ayudó a reforzar mis creencias, intercambiar ideas y comprobar que es algo normal, sano y ético. He sido capaz de viajar, perderme en el campo durante días, hacer mucho deporte, y nunca me he sentido mejor. Limitaciones no tenemos, solo las que nos ponemos. Ojalá que la tradición y la comodidad, sea superada por la ética y la moral.