Hace casi 5 años y recién emancipado se despertó un mí un pensamiento sobre la empatía y el respeto hacia los animales. Este nuevo aire en mi cabeza vino por amistades cercanas, actos que veía en la calle y un sentimiento que empezaba a aflorar en mi cabeza; algo que no entendía del todo pero que me hacia sentir incómodo conmigo mismo.
En cierta manera, siempre tendemos a justificar nuestras ideas; a buscar alguna fórmula para entender lo que hacemos y no sentirnos hipócritas con nuestra forma de actuar. En este caso y, comprendiendo que el consumo de animales no era necesario para llevar una alimentación saludable, tenía un mensaje en mi cabeza; una excusa para poder decir: me parece muy bien, lo veo muy justo y tiene todo el sentido del mundo, pero yo voy a seguir viviendo como vivo.
Un jueves por la noche, en casa, decidí ver el documental "Cowspiracy", no para hacerme vegano, no para forzar un cambio. Había algo que me rondaba la cabeza y quería indagar en esta cuestión.
No sabía nada del metraje, simplemente le di al play. Empecé a ver como no se tenía en cuenta a nivel ecológico todo el daño que generaba la industria cárnica, cómo se ignoraba al protagonista y argumentos por parte de empresarios y políticos que no tenían sentido. Me llamo bastante la atención, aunque tampoco me removió nada en mi corazón.
Seguí viéndolo hasta que la acción llega a una pequeña casa con de patos. Los veías corretear a todos de una forma muy graciosa. Me encantan los patos.
Unos minutos después se ve como un hombre coge a uno de ellos y lo lleva a una mesa. Coge un hacha. Le corta el cuello.
Me levanto llorando y voy corriendo a abrazar a mis gatas. Con solo una imagen, dos gatas y tres segundos comprendí que yo no quería eso. No quería ser partícipe de esa explotación, de ese maltrato, de esa creencia de que estamos por encima de ellos.
Ese día empezó mi vida como vegano; algo que me acompaña siempre y que llevo con mucho orgullo.