El primer momento que recuerdo en el que entendí que no quería comer animales fue a mis 9 o 10 años. Estaba en mi pueblo, y recuerdo ver cómo un pastor arrastraba a un corderito de sus dos patas delanteras camino al matadero. Con la inocencia y el desconocimiento de una niña pequeña, me acerqué a preguntarle qué hacía y por qué lo llevaba así. Recuerdo sus palabras como si me lo hubiera dicho ayer mismo: “mira niña, estos animales están mejor en el plato que vivos”.
Fue tal el shock, que recuerdo plantear en mi casa que yo no quería volver a comer carne, pero para entonces dependía de mis padres y fue algo que quedó en un simple planteamiento. Me hice a la idea de que era “ley de vida” y que había algo que se llamaba “la pirámide alimenticia” y que eso debía ser así. Y los años pasaron…
A mis 18 años tuve una compañera de piso: mi conejita Rubbi. Ella falleció al año de vivir juntas porque tenía una enfermedad neuronal y hubo complicaciones. Su pérdida, la cual sufrí mucho, fue un punto de inflexión en mi vida. Nunca más pude volver a comer conejo. Ya no lo veía como un alimento. Estuve así casi 3 años hasta que me di cuenta de que me sentía muy mal comiendo otros animales. ¿Por qué conejo no pero otros animales sí? Nunca había tenido una vaca, ni un cerdo, ni un cordero… pero estaba segura de que si los hubiera tenido, los habría querido igual que a Rubbi y no me hubiera gustado imaginarlos en un plato.
Fue a mis 22 años, y por fin viviendo ya independiente de mi familia, cuando decidí hacer algo al respecto de esa idea que rondaba en mi cabeza hacía tanto. Sin ningún tipo de conocimiento ni información al respecto, decidí eliminar toda la carne de mi dieta. Fue algo más emocional que con conocimiento real de la causa. Mi dieta ovolactovegetariana duró unos meses, en los cuales me informé y me di cuenta de todo lo que suponía el uso de animales, tanto en la dieta, como en la vestimenta, experimentación científica y entretenimiento. No podía hacer otra cosa que dar el paso al veganismo.
Desde que tengo uso de razón me había considerado amante de los animales y en ese momento empecé a entender que cuando amas algo, lo quieres libre. Mi camino no podía ser otro que el dejar de utilizar cualquier producto de origen animal. Hoy en día y con más conocimiento de causa que nunca, me doy cuenta de que ese era el camino que debía seguir y el que más feliz me haría en mi vida.