Yo siempre me consideré una amante de los animales. De pequeña soñaba con tener un perro, y no dejé ni un día de pedir a mis padres que quería uno. Al final nuestra casa parecía un zoo, ya que conseguí adueñarme no solo de un perro, sino también de tortugas, hámsters, pájaros… y porque por suerte no era fácil comprar un elefante, porque sino lo hubiera querido igual, en mi errónea concepción de “querer a los animales”. Lo que no sabía entonces y nadie me explicó, es que para ser una verdadera amante de los animales primero hay que respetarlos. Y yo por supuesto, además de meterlos en jaulas para contemplarlos, me los comía, y no encontré nada de malo en ello hasta hace un año más o menos, a mis 21 años.
En mi decisión de hacerme vegetariana influyeron sobretodo dos cosas: la primera fue la decisión de adoptar un conejo al que habían abandonado en la calle con sus hermanos, a la puerta de un veterinario. Cuidar de ese conejito tan cariñoso y simpático en seguida me hizo convencerme a mi misma de que yo jamás iba a volver a comer conejo. Y tuve la vaga intuición de que un conejo no era muy diferente a un cerdo o a un ternero, pero no llegué a profundizar en ello hasta que por suerte, un día tuve la brillante idea de dedicar mi proyecto de mi carrera de Bellas Artes, a la lucha contra la tauromaquia.
A pesar de que me comía a sus hijos tranquilamente, odiaba a quienes mataban y aplaudían la muerte de un toro de lidia.
Fue gracias a ese afán de querer ayudar a los toros, que me topé con una organización por los derechos de los animales, en un acto que hacían en la calle contra la tauromaquia. De repente me encontré rodeada de vegetarianos y veganos. ¿Veganos? ¿Pero si esta palabra ni siquiera sale en el diccionario! Sin embargo, en seguida entendí que todos sus motivos por los que no comían animales ni sus productos, eran totalmente lógicos, y para mí admirables.
En verdad siempre tuve esa ilusión de ser vegetariana, pero nunca creí que fuera posible para mi, porque me gustaba mucho la carne, y porque creía que los pocos vegetarianos que había entonces lo eran solo por cuestiones de salud. Pero de golpe vi que ninguno de los que estaban en esa asociación habían dejado de comer carne por razones de salud, y además estaban sanos. También me documenté con los videos donde se veía cómo vivían y morían los animales en la realidad, que distaban mucho de la idea preconcebida e idealizada que tenía yo antes de las granjas, como la mayoría de las personas. Y por si fuera poco el sufrimiento de los propios animales, descubrí que no solo los coches y las fábricas estaban destruyendo el mundo: las granjas industriales de cerdos, gallinas y vacas estaban contaminando ríos enteros, y contribuyendo de forma alarmante a la destrucción de la capa de ozono y al cambio climático.
Así que no me costó demasiado dejar de comer carne y menos aún pescado, que ya de pequeña me daba asco precisamente por parecerse demasiado a un animal.
Reconozco que ser vegana me está costando un poco más, porque ya no es tarea fácil encontrar comidas sin lácteos o huevos en la facultad o en el trabajo. Supongo que es solo cuestión de tiempo el adaptarme a esta nueva vida en la que se tiene que dedicar un poquito más de tiempo y esfuerzo a preparar la comida. Pero sin duda el veganismo es mi objetivo, y seguiré luchando para que esta palabra sea incluida en los diccionarios, y en los corazones de la gente.
Aïda Gascón Bosch