Desde que nací viví rodeada de naturaleza, animales de granja, aves, perros y gatos en el campo de la zona central de Chile. La dieta tradicional chilena (y latinoamericana) siempre contiene carne entre sus ingredientes, pero a mí algo siempre me "olió mal" en el hecho de "tener que" matar animales para comerlos. ¡Me resultaba incomprensible vivir con las vacas (o cerdos, o conejos, o patos), conocerlos, conocer a sus crías, jugar con ellos, mirarlos a los ojos... para que luego terminaran tristemente siendo parte de "un plato"! Fui con mis dudas y contradicciones a buscar respuesta en los semidioses de todo niño: los padres. Ellos me respondieron que los animales son inferiores, que existen para ser usados, que no tienen alma. ¿Sería posible? Partí a preguntarle al cura de la parroquia, a la monja del colegio: me respondieron lo mismo. Pero persistía en mi la triste paradoja y la duda tremenda: si cuidábamos con amor de gatos y perros, ¿cuál era la diferencia entre ellos y las vacas, aves, cabras o cerdos?: poco a poco entendí que la diferencia central era un concepto económico y cultural (“animal de cría y engorda” v/s “animal de compañía”) que priva a los primeros de toda consideración moral, y a los segundos les da un carácter secundario frente a los intereses de “las personas”.
Fue a la edad de 14 o 15 años que decidí hacerme vegetariana y comencé a dejar gradualmente la carne: primero las rojas, luego las blancas. A los 20 dejé el pescado, a los 22 los mariscos y a los 23 la leche... Asimismo, fui gradualmente aprendiendo a socializar el tema, a seguir adelante en mi lucha que comenzó siendo personal, pero que ahora es una batalla social y cultural, la lucha contra una idea: el especismo y sus fantasmas.
La gente tiene mucho temor por lo diferente, y el temor a lo desconocido engendra odio y malestar. Los “omnívoros” (o “carnívoros” como prefieren decir algunos amigos) siempre se sienten agredidos cuando expresas tu opción alimenticia y comienza la diatriba "que los animales fueron creados para eso", "que el ser humano es superior", "que la carne es rica y nutritiva"... mil caretas para ocultar el temor que tienen a mirar la vida desde otro punto de vista. Si hasta sólo pensar en qué comer “sin carne” les hace un lío tremendo, porque no se les ocurre qué plato cocinar que no sean “tomates con arroz”...
La lucha es ardua pero está salpicada de pequeñas victorias: si sabemos compartir nuestra mesa vegetariana/vegana, si parcelamos nuestro discurso y sabemos qué decir bajo ciertas circunstancias y según qué personas, podemos hacer mucho por nuestra causa. Para mí, al menos, esta ha sido la mejor manera de responder a esa niña que de temprano consideró a los animales como seres dignos de total respeto; y la mejor manera de convencerme que luchamos contra una idea especista que tiene sus días contados... según cuánto trabajemos a diario para erradicarla de nuestra cultura.
Fabiola Leyton Donoso