“Por qué me hice vegetariana” es una pregunta que me han realizado innumerables veces, diría que casi tantas cómo las veces en que he mencionado serlo.
El día en que tomé la decisión de cambiar mi hábito alimenticio a vegetariano, fue un día en que en la Plaza Cataluña pude ver un stand de una asociación animalista.
Antes de dirigirme al stand, leí el concepto vegetarianismo en alguna de sus pancartas, y aquello fue cómo un grito a un pensamiento arrinconado en mi mente, una pregunta que se me había pasado vagamente por mi mente alguna vez:
“¿Y si me hago vegetariana?”
Con esta cuestión en la cabeza, me dirigí al stand, y le dije a la activista que estaba allí:
“Hola, verás, es que a mi a veces se me ha pasado por la cabeza eso de ser vegetariana, pero, no sé.. me gustaría informarme del tema”
Entonces me informó sobre las vidas llenas de tortura y privadas de libertad que pasan los animales cuando son criados en industrias ganaderas, tema que nunca había oído antes y que me aterrorizó.
Al averiguar aquella verdad, leer información objetiva sobre el tema y ver imágenes, sentí que había estado engañada toda mi vida. En la publicidad aparecen las vacas libres en el campo, de pequeños nos enseñan cómo funcionan las “granjas” para que nos familiaricemos con el tema y lo veamos “normal” (estúpido concepto), y otras muchas suposiciones que nos inculcan al respecto.
Al ver que no estaba sola en la idea de dejar de comer carne, y ver cuánto peso tenían las razones para hacerlo, tomé la decisión con firmeza. Ese mismo día fue también el primero que tuve una “discusión” sobre el tema, concretamente con los amigos con los que estaba. En ese momento de mi vida no me importaba demasiado lo que los demás pensaran de mí, pero aún así me di cuenta de que ir a contracorriente de la marea de lo que se dictara en la sociedad, no iba a ser algo fácil.
Resumiendo, ¿Qué razones tuve para ser vegetariana? Saber con certeza que no era necesaria en nuestra nutrición la carne y pescado; ver el dolor e injusticia que conlleva querer seguir esa nutrición por puro placer al paladar y tradición; y averiguar que el aparente gusto por la carne y pescado es más algo por costumbre que por elección.
Ahora tengo aún más razones para ser vegetariana que las que tuve entonces, pero son demasiadas para mostrarlas aquí en su totalidad. Básicamente, después de leer un libro sobre crudiburismo (una rama del vegetarianismo en que se toman todos los alimentos tal y cómo te los ofrece la naturaleza, sin cocinar) fue cuando descubrí muchas otras razones. La más importante para mi, fue la relacionada con la madre naturaleza. Y es que a veces nos hacen creer que ser vegetariano es “antinatural”, que nuestro cuerpo y especie siempre han sido omnívoros, mientras que (cómo pude comprender en el libro, dónde leí aclaraciones científicas que muestran lo contrario) comparando nuestro cuerpo con los demás del reino animal, descubres que nuestra mandíbula nunca fue para mascar carne cruda, y puesto que no llegamos al mundo sabiendo que podíamos hacer fuego con nuestras manos (y menos aún si la teoría de la evolución es cierta) nuestro cuerpo nunca se adaptó a comer carne cruda, cómo en cambio sí lo han hecho los demás animales que sí la injieren. Ni nunca aparecieron garras en nuestras manos, ni colmillos en nuestras bocas, para prepararnos cómo depredadores y poder cazarlos.
Conclusión, nuestra especie no es omnívora, se ha vuelto omnívora. Así que volvernos vegetarianos no es “cambiarnos a”, si no devolver a nosotros una parte de nuestro origen, es decir, “volver a”.
No es, a mi parecer, tanto tema de bondad, cómo de valentía hacia la verdad y el cambio, cómo de abandono a la ignorancia, cómo de inicio a la reflexión y cómo acto de bienvenida a la justicia.
Así veo yo el vegetarianismo.